La neurociencia en la Argentina tiene una historia rica, compleja y profundamente entrelazada con la evolución del pensamiento médico, filosófico y social del país. Desde los primeros estudios anatómicos hasta los laboratorios más modernos de neuroimagen y neurotecnología, el camino de esta disciplina ha estado marcado por avances notables, contextos difíciles y figuras pioneras que han dejado una huella indeleble.
Los orígenes: entre médicos, filósofos y anatomistas
La historia de la neurociencia en Argentina se remonta al siglo XIX, cuando los primeros médicos formados en Europa comenzaron a aplicar conocimientos anatómicos y fisiológicos al estudio del cerebro humano. En aquella época, aún no existía la neurociencia como campo unificado, pero sí un creciente interés por entender las bases biológicas del comportamiento, la percepción y la conciencia.
Uno de los pioneros fue el Dr. José María Ramos Mejía, quien a fines del siglo XIX se dedicó a estudiar las relaciones entre las características físicas del cráneo y ciertos rasgos conductuales. Aunque muchas de sus teorías hoy nos resultan obsoletas e influenciadas por el positivismo y las ideas deterministas de su tiempo, sus trabajos reflejan la intención de observar al ser humano desde una perspectiva biológica y clínica.
Siglo XX: la institucionalización y la llegada de las neurociencias modernas
Durante el siglo XX, el desarrollo de la neurociencia en Argentina tomó un impulso definitivo con la institucionalización de la medicina y la psicología. Las universidades nacionales comenzaron a ofrecer carreras específicas y a promover la investigación en áreas como la neurología, la psiquiatría, la psicología experimental y, más adelante, la neurobiología.
En este proceso, un nombre se destaca por encima de todos: el de Santiago Ramón y Cajal. Aunque español de nacimiento, su obra tuvo una gran influencia en la comunidad científica argentina. Sus descubrimientos sobre la estructura del sistema nervioso inspiraron a generaciones de investigadores en todo el mundo, incluyendo a los primeros neurocientíficos argentinos.
En paralelo, figuras como el Dr. Christofredo Jakob —neuroanatomista nacido en Alemania y radicado en Argentina— jugaron un papel fundamental. Jakob realizó valiosos aportes a la clasificación de enfermedades neurológicas y a la histología cerebral, desarrollando trabajos pioneros que aún se citan en la literatura especializada. Su famosa “colección Jakob” de cortes histológicos es considerada una joya del patrimonio científico nacional.
La neurociencia cognitiva y la psicología experimental
A partir de los años ‘50 y ‘60, con la consolidación de la psicología como disciplina científica, comenzaron a surgir enfoques más sistemáticos para estudiar los procesos mentales. Influenciados por el conductismo primero y luego por el cognitivismo, los psicólogos argentinos comenzaron a interesarse en cómo el cerebro procesa la información, cómo almacena recuerdos o cómo genera emociones.
En este contexto se destacan investigadores como Horacio Etchegoyen, un psicoanalista y teórico que trató de tender puentes entre la psicología profunda y las neurociencias modernas. Aunque la relación entre el psicoanálisis y la neurociencia fue durante mucho tiempo tensa (y a veces aún lo es), algunos enfoques buscaron puntos de contacto, especialmente en la comprensión del inconsciente, la memoria y la subjetividad.
También en esta época comenzaron a desarrollarse laboratorios dedicados específicamente a la neurofisiología y la electroencefalografía, facilitando el estudio de los correlatos eléctricos de la actividad mental.
Décadas difíciles y resiliencia científica
La historia de la neurociencia en Argentina también está marcada por los vaivenes sociales, políticos y económicos del país. Durante las dictaduras militares, especialmente la de 1976-1983, muchos científicos fueron perseguidos, censurados o forzados al exilio. Esta “fuga de cerebros” afectó profundamente al desarrollo de las ciencias, incluida la neurociencia.
A pesar de esto, la comunidad científica resistió y, tras el retorno a la democracia, vivió un proceso de reconstrucción institucional y crecimiento. Se crearon nuevos centros de investigación, se fortalecieron los programas de becas y formación, y se promovió la articulación con organismos internacionales.
El siglo XXI: neurociencia de punta en el sur del mundo
Ya en el siglo XXI, Argentina ha logrado consolidarse como un país con producción científica relevante en neurociencias. Existen diversos centros de investigación de excelencia, como el Instituto de Investigaciones en Neurociencias de la Fundación Favaloro, el Instituto de Biología Celular y Neurociencia (IBCN, dependiente del CONICET y la UBA) y el Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), entre muchos otros.
El INECO, fundado por el Dr. Facundo Manes, ha sido uno de los impulsores de una mirada interdisciplinaria de la neurociencia, integrando neurología, psicología, psiquiatría, economía del comportamiento y neuroeducación. Gracias a su trabajo y al de su equipo, la neurociencia ha ganado visibilidad en la agenda pública, y conceptos antes restringidos al ámbito académico (como las funciones ejecutivas o la neuroplasticidad) hoy forman parte del lenguaje cotidiano.
Por su parte, investigadores como el Dr. Pedro Bekinschtein, el Dr. Adolfo García o la Dra. Agustina Legaz han impulsado líneas de trabajo en neurobiología de la memoria, neurociencia del lenguaje y neurociencia educativa, con impacto regional e internacional.
Neurociencia y sociedad: divulgación, educación y salud mental
Uno de los aspectos más valiosos del desarrollo actual de la neurociencia argentina es su vocación por la divulgación científica. Programas de televisión, libros de divulgación, charlas TED, podcasts y eventos abiertos al público han ayudado a acercar la ciencia del cerebro a la comunidad.
Esto tiene un valor enorme en un país donde los problemas de salud mental, los desafíos educativos y la desigualdad siguen siendo una preocupación constante. La neurociencia ofrece herramientas no solo para comprender mejor el comportamiento humano, sino también para diseñar políticas públicas más efectivas y humanas.
En este sentido, la colaboración entre científicos, educadores, trabajadores sociales y profesionales de la salud mental es clave para una neurociencia con impacto social.
Desafíos actuales y perspectivas futuras
A pesar de los avances, aún persisten desafíos. La inestabilidad económica, la falta de financiamiento sostenido y la burocracia siguen afectando a muchos proyectos científicos. Además, es necesario fortalecer los vínculos entre la investigación básica y la aplicación clínica, así como promover una mayor participación de mujeres y diversidades en los espacios de liderazgo científico.
Sin embargo, el potencial es enorme. Con una tradición intelectual sólida, una comunidad científica comprometida y una sociedad cada vez más interesada en los misterios del cerebro, la neurociencia argentina tiene todo para seguir creciendo y contribuyendo al conocimiento global desde una perspectiva propia.
Conclusión
La historia de la neurociencia en Argentina es un relato de curiosidad, lucha, resiliencia y pasión. Desde los primeros anatomistas del siglo XIX hasta los neurocientíficos de hoy, pasando por dictaduras, exilios, premios internacionales y cafés llenos de ideas, el país ha sabido construir una identidad propia en el estudio del cerebro y la mente.
Una historia que sigue escribiéndose, neurona a neurona.